De veras que yo nunca llegué a pensar que viviría en Australia. Ni por mis pensamientos más remotos se pasaba esa posibilidad. Pero tampoco pensaba que viviría en China, y mira. Cuando la gente me pregunta cuánto tiempo tenemos pensado quedarnos, les respondo que la idea son dos años… pero la verdad es que no hacemos planes. Visto lo visto, mejor dejarnos llevar por los acontecimientos. He asumido hace tiempo que mi vida va a ser de todo menos rutinaria.
Si bien agradecemos el hecho de que Australia tenga un estilo de vida occidental, no quita para que exista el tan consabido choque cultural. Nosotros venimos de un país y de unas costumbres que, en muchos aspectos, distan mucho de parecerse a la realidad australiana. Y esto, os lo aseguro, daría para un libro (“Las experiencias de una familia españolita al otro lado del mundo”) Y eso que aún no considero que hayamos pasado el tiempo suficiente entre “aussies” como para entender y conocer a fondo su estilo de vida, que ellos mismos califican como “relaxed”. Pero hay ciertas cosas esenciales a las que te debes acostumbrar, cuanto antes mejor.
EL IDIOMA. ¡Ay! Parece de perogrullo, pero no lo es. Una se piensa que sabe inglés, que no va a tener ningún problema para comunicarse en un país de habla anglosajona. ¡Ja! Te das cuenta de que para cerrar un negocio de 1 millón de dólares te puedes entender de maravilla, pero que para comprar el material escolar del colegio necesitas el diccionario al lado. Tú preparándote siempre el inglés de negocios y dejando de lado el inglés cotidiano. Resultado: las imprudencias se pagan.
Así que estoy todo el día enganchada a Wordreference.com (nunca agradeceré tanto como ahora el tener internet en el móvil) para poder desenvolvernos en el día a día. También aprendemos nuevo vocabulario ayudando a los niños con los deberes del cole (quién me iba a decir que aprendería términos como «weathering», «alliteration» o «sizzling»). Pero todo se complica porque, además, el inglés australiano es, digamos, «diferente», tanto en vocabulario como en pronunciación. Para entendernos, el australiano es al inglés lo que el habla andaluza al español (y que conste que soy andaluza, y muy orgullosa de nuestra forma de hablar). Pero a los “aussies” les pasa lo mismo que a los andaluces: hablan muy deprisa, algunos casi de corrido, acortan las palabras, tienen su vocabulario particular y un montón de expresiones singulares para referirse a los más variados asuntos. Así que el esfuerzo que hay que hacer para entenderse y hacerse entender es ímprobo. Y nuestras caras de circunstancia son dignas de ver. Desde aquí mi solidaridad con las miles de personas que aprenden español y luego viajan a Andalucía. No sabéis cómo os entiendo. Este vídeo que compartió mi amiga Bella en Facebook me viene al pelo:
Y ya cuando se trata de hablar por teléfono, ni te cuento. Cara a cara es más fácil porque puedes interpretar los gestos, las expresiones faciales, incluso fijarte en el movimiento de los labios, y eso te ayuda a poner en contexto la conversación. Pero por teléfono todo eso se pierde, y hay que añadirle el ruido ambiental que se escucha al otro lado de la línea. Así que por ahora echamos a suertes entre Jose Diego y yo quién es el que llama para pedir las pizzas, tarea en la que invertimos no menos de 20 minutos, y tras la cual no estamos siquiera seguros de que lo que vaya a traer el pizzero sea lo que teníamos intención de pedir.
Os podréis imaginar que al final del día acabamos con un dolor de cabeza terrible.El consuelo que nos queda es que muchos latinos que llevan aquí más tiempo que nosotros nos cuentan que se pasa, que es cuestión de seis meses. Así que nos quedan tres… Os dejo un vídeo para que veáis que no exagero, que sí que hay diferencias entre el Inglés británico y el Inglés Australiano.
CONDUCIR POR LA IZQUIERDA. Por mucho que digan aquí, ¡conducen por el lado equivocado! Lo siento, pero tengo la imagen que lo corrobora (haremos caso de la Wikipedia) La mayor parte de los países conducen por la derecha.
Este asunto me urgía aclararlo porque aquí insisten en que somos el resto del mundo los que conducimos al revés. Así que era cuestión de orgullo propio (que no lleva a nada, pero qué bien sienta cuando una lleva razón) No obstante, aquí es lo que hay. Y lo que toca es acostumbrase, porque dudo mucho de que, aunque insistamos, vayan a cambiar el sentido de la circulación. Gracias a dios, hace años que cambiaron el sistema métrico, y en vez de millas usan kilómetros, por lo que una cosa menos de qué preocuparse.
Al principio es muy, pero que muy raro. Es como si volvieras a coger el coche por primera vez, recién sacado el carnet. Debes tener tus sentidos muy alerta, estar pendiente de adelantar por el carril correcto (el derecho, no el izquierdo), de incorporarte a la rotonda por la izquierda (que la cabra tira al monte y en las rotondas no somos menos) y, sobre todo… de mantenerte centrada en tu carril. Porque para mí, sin duda lo más difícil, ha sido reubicar las dimensiones del coche conduciendo en lo que hasta ahora era para nosotros el asiento del copiloto. Así que tienes que estar mirando todo el rato por el espejo retrovisor, fijándote si vas dejando las rayas de la carretera a una distancia equidistante del coche por ambos lados, que te vaya indicando que no estás conduciendo ni demasiado pegada a la derecha ni a la izquierda. No sé si me explico. Pero ya os podéis imaginar que de tanto mirar a un lado y a otro, mi cabeza parece la de la niña del exorcista en pleno apogeo. Y otro momento estrella, es cuando vas conduciendo por carretera de doble sentido y te cruzas con un camión… ¡Mamaaaaaaa! ¡Te da la impresión de que te va a engullir! Incluso te agazapas un poco, pensando “que me da, que me da…” Pero no te da; podría incluso apostar a que pasa a más de dos metros, pero no se puede evitar el “repullo”, como dicen en mi Málaga natal. Total… que llegas a casa con los hombros y la espalda tiesos como una alcayata, de la tensión acumulada.
Las primeras semanas de conducción son equiparables a tener un jefe capullo en el trabajo, acabas igual de estresado. Lo bueno es que la adaptación dura unas 4 semanas, mientras que al jefe capullo lo tienes que aguantar hasta que te marchas tú o le despiden a él. A la quinta semana ya vas viendo como te va resultando más natural conducir por el “lado equivocado”. A la sexta semana ya te vas preocupando, porque cuando llegues a España te va a parecer raro conducir por la derecha. La sensación resulta ser un poco bipolar. Pero podemos decir que tras tres meses de práctica intensiva, el tema coche ya está dominado. Y cada vez nos hace menos falta el GPS para ir a los sitios (bendito Google Maps), con lo que nos sentimos más a gusto al poder movernos con más libertad.
Pero conducir en Australia también tiene cosas buenas, como unas carreteras muy bien mantenidas, señalizaciones verticales y horizontales abundantes y muy claras, respeto casi absoluto a los límites de velocidad, posibilidad de hacer cambios de sentido permitidos casi en cualquier carretera (a lo que, al hilo del tema de la invención de palabras y expresiones, aquí llaman hacer un “Chuck a u-ye”) y, sobre todo, conductores muy respetuosos. Al contrario que en España, aquí es muy raro escuchar un claxon o que te griten por la ventanilla porque te has equivocado. Incluso si te sitúas en un carril que gira a la izquierda, pero ¡ups! tú quieres seguir recto… no hay problema. Te esperas a que el semáforo para seguir recto se abra y los que están detrás es que no dicen ni “mu”. Esto es un hoy por ti y mañana por mí. Y así se conduce muy a gusto.
LA GENTE DESCALZA. No sé si ocurre en toda Australia o en Brisbane en particular. Tampoco sé si lo hacen solo en verano o si también osan ponerlo en práctica durante el invierno. Tendré que investigar. Pero las cosas como son: los brisbaneros adoran ir descalzos en cualquier momento y lugar. Al principio piensas es cosa de unos cuantos hippies de la vida, que piensan que la vida es más natural andando sin zapatos. Luego piensas que los zapatos para niños deben ser muy caros, porque si no, angelicos, por qué iban a ir descalzos por la calle. Pero va a peor. Gente descalza haciendo la compra en el súper, en tiendas de ropa (en centros comerciales de postín, no os creáis), echando gasolina al coche, recogiendo a los niños del cole… ¿Os imagináis lo incómodo que es conducir descalzo? Será motivado por ese modo de vida relajado del que tanto hacen gala, pero ver a una familia entera bajarse del coche (un BMW, para más señas), descalza, para ir a comprar Fish and Chips en una pescadería (por favor, imaginaos el suelo de una pescadería, que eso es aquí igual que allí…) eso no tiene precio. Está claro que de clase social baja no son, no es problema de dinero. Es más bien una costumbre, y muy extendida.
Claro está, van entrenando desde pequeños. El 80% de los niños con los que me he cruzado de entre 1 y 5 años, van descalzos; así van creando callo, y cuando llegan a la edad adulta ya están acostumbrados. Y no digo que sea ni bueno ni malo. Pero claro, nosotros los españolitos, que estamos todo el día detrás de los niños, con ese puntito de histerismo, para que se pongan las zapatillas incluso para estar por casa… imaginaos el choque al principio. Hasta a Pablo y Ángel,que no son precisamente muy obedientes en ese sentido, se les hace raro ver a los niños de semejante guisa. Y una no puede evitar preguntarse si este tema no será una barrera para nuestra integración. Porque, seamos realistas, cuando vemos a alguien descalzo en, digamos, «circunstancias no apropiadas», no podemos evitar quedarnos con cara de pasmo mientras miramos descaradamente esos pinreles desnudos. Se nos nota, claro. Y supongo que ellos también notan que los miramos con cara rara. Pero es que estás pensando que se pueden cortar, que pueden coger cualquier tipo de infección, o de hongos en los pies (¿será por eso que hay tantos anuncios de fungicidas en la tele? uhmmm…), que les puede picar un bicho, o ¡una serpiente!, que estamos en Australia… ¡mil cosas! Pero ellos lo llevan de manera natural. La cosa es que no me llego a acostumbrar y me sigue asombrando ver a adultos y a niños descalzos en plena ciudad. ¿Será que también necesito 6 meses para acostumbrarme a verlos, como con el inglés? Eso sí… el día que me duelan los tacones no tendré problemas en quitármelos y andar descalza por la calle, porque a nadie le parecerá raro. Bueno, pero es que me puedo cortar, o cogerme una infección, o me puede picar un bicho, o ¡una serpiente!… ¡va a ser que no!
LEVANTARTE A LAS SEIS DE LA MAÑANA. No me cansaré de repetir los hermosos que son los amaneceres y los anocheceres en Brisbane. Preciosos. Sobrecogedores. Y las noches estrelladas, sin apenas contaminación lumínica. Porque a pesar de vivir a 15 minutos del centro, los suburbios están muy poco iluminados y puedes ver el cielo cuajado de estrellas. Pero la contrapartida es que nos hemos tenido que acostumbrar es a levantarnos hiper-temprano. Se ve que el dicho de «A quien madruga dios le ayuda» se inventó aquí, porque a las cinco de la mañana ya ha amanecido y a las seis parece que son las ocho de la mañana de España, de lo alto que ya está el sol en el cielo. Y como eso de las persianas tan estupendas que tenemos allí, que las bajas y no entra ni un rayito de luz, en Brisbane no se llevan, pues te entra el sol a raudales y te acabas despertando. Intentas remolonear, te refugias cual caracol dentro de las sábanas, metes la cabeza debajo de la almohada… pero no hay manera. Con lo marmota que he sido yo siempre y parece que los acontecimientos de mi vida se alían para ir reduciendo progresivamente mis horas de sueño. Empezó cuando tuve a Pablo, se intensificó cuando llegó Ángel y entre el trabajo y la vida familiar la cotización de mis horas de sueño no hace más que caer en barrena. Total, que vivir en Australia no ayuda, y acabas claudicando y saliendo de la cama para comenzar el día con peor cara que la del anuncio del Nescafé.
Como los niños empiezan el colegio a eso de las nueve, es muy común que las actividades extraescolares se hagan antes de ir al colegio. Pablo y Ángel tienen entrenamiento de Cross Country (correr campo a través) dos días en semana a las 7:50 de la mañana. Pero claro, desde las seis o seis y media que se han levantado, a esa hora ya tienen la digestión del desayuno más que hecha y están a tope de energías. Luego ya te explicas por qué entre las 11:00 y las 12:00 la gente almuerza y entre las 17:00 y las 18:00, todos a cenar. A las nueve de la noche estás en el sofá que parece que te han dado una paliza, así que un poquito de tele o de lectura, ¡y a la cama!. Pero si te paras a pensarlo, es como si te levantaras a las ocho en España y te acostaras a las once. Al menos, gracias al buen clima de Brisbane, la gente hace mucha vida nocturna y de terrazas, y los fines de semana el horario se alarga un poquito más. Pero nada más allá de las diez, no os creáis. Aún así, nos adaptamos y disfrutamos… aunque a otras horas.
¡Besos y abrazos brisbaneros!
Ya estoy esperando la segunda parte.
Me ha gustado mucho las clases de aussie.
Gracias David! Ya estoy trabajando en la segunda parte.
Lo de los videos del idioma me ha enxantado!!!…Imagino que,al igual que en Andalucia,en el colegio el español que se enseña es el correcto,despues,en la calle,a utilizar nuestro dialecto …jjjjj…. Tus niños!!! La gloria ‘ganá’ porque aprenden los dos a la par y sin la ayuda del movil …jjjj
Alli dudo mucho que mi padre (zapatero remendón que fue durante mas de 20 años) hubiese encontrado trabajo….jjjj
Yo lo del conducir del reves y desde el asiento del copiloto…como que no lo veo…sois unos cracks si ya le teneis el ‘tranquillo’ cogido.
Me he reido muchisimo con este post,las ganas q tengo de ir me aumentan por dias. Mil besos!!!!
Eso! Eso! aumentad las ganas que nosotros encantados de tener visita!!! Un besazo!