Lo prometido es deuda. Hoy he podido sacar un ratito para poder terminar de contaros nuestra experiencia en India.
Martes
¡Y por fin llegó la tan esperada boda! La razón por la cual nos habíamos metido 17 horas de viaje entre pecho y espalda. Os digo sinceramente que India no estaba en mi «checklist» de países a visitar, pero teniendo semejante motivo de por medio, no podíamos dejar escapar la oportunidad.
La boda se celebraría durante dos días. El primer día tiene lugar lo que ellos llaman la “Recepción”, que en este caso sería por la tarde-noche. Como teníamos la mañana libre, aprovechamos para ir a visitar el Bannerghatta Biological Park, que es una reserva natural que permite realizar safaris y así poder ver a los animales en libertad. Pablo y Ángel, los pobres, tenían sentimientos encontrados, pasando constantemente de la emoción al miedo. Eso de que un tigre o un león se pudiera encaramar al coche les hacía temblar hasta las canillas. Tras mucho asegurarles de que iban a estar seguros y mostrarles las rejas que cubrían las ventanas, se montaron en el coche, no demasiado convencidos, y sin parar de parlotear debido a los nervios. Cuando avistaron el primer león y vieron que no pasaba nada, comenzaron a disfrutar del safari. El león estaba tranquilo a la sombra de un árbol. Se ve que, a diferencia de nosotros, intrépidos viajeros, ellos si desayunan antes de salir (lo cual es de agredecer). Luego vimos osos, elefantes, tigres blancos y de bengala (haciendo gala de su porte y gran envergadura), elefantes en su baño matinal, ciervos moteados…. Mis peques pasaban del “¡Oooohhhhh!” al “¡Socorro!” en décimas de segundo, mientras constantemente le preguntaban a su padre, que viajaba en el asiento delantero, si estaba seguro de que llevaba la ventanilla cerrada, no fuera a venir un animal y se quedaran con un progenitor manco, tuerto, o lo que es peor, sin vida. Para vuestra tranquilidad Jose Diego está sano y salvo, y de una pieza.
Ya al mediodía tocó volver al hotel para ponerse en modo “hindi” El domingo estuvimos de compras porque, como queríamos integrarnos lo más posible, eso pasaba por comprarse atuendos acordes con el momento y lugar. Resulta peculiar que, aunque India sea ya un país bastante moderno (con su Internet de alta velocidad, sus móviles y sus Mc Donalds, símbolo total del siglo XXI, ejem), es increíble cómo las mujeres conservan la vestimenta tradicional para el día a día. Y para los días de fiesta o, como en este caso, las bodas, sacan sus mejores galas. Los saris son preciosos. Ellas se adornan con sedas brocadas, tatuajes de henna y toda clase de abalorios de oro y de fantasía. Pero no les queda recargado. Lucen preciosas y espectaculares. Sin embargo, las occidentales, con el mismo atuendo, pareceríamos hasta vulgares si no buscamos una medida. Yo encontré un vestido precioso, todo de seda, para la recepción. María se compró otro en rosa fuerte que le hacía parecer una estrella de Bollywood. Pero estuvimos sufriendo con los vestidos hasta el último momento, porque les tenían que hacer unos ajustes y luego entregarlos en el hotel, y estos no llegaban. Después de comernos las uñas de las manos, esmalte incluído, por fin llegaron, tan solo una hora antes de salir y cuando ya estábamos buscando plan B.
En la recepción no es necesario vestir a lo “tradicional” así que los chicos llevaron traje de chaqueta. Cuando llegamos, nos quedamos extasiados con la decoración. Súper colorida, a base de flores frescas y guirnaldas de brillantes, todo en tonos rosas y plateados. Muy diferente a la decoración que solemos poner en las bodas en España. Una representación de la familia iba recibiendo a los invitados en la entrada. Nos guiaron hasta el lugar de la ceremonia donde había un escenario decorado con un espectacular tapiz de rosas de todos los colores. Los novios estaban en el centro, delante de un sillón estilo Luis XVI. Nada era ni sencillo ni minimalista, pero no podía ser más bonito. Uno por uno, familiares e invitados iban subiendo para saludar a los novios, hacerles entrega de su regalo (si lo tenían) y hacerse la foto de rigor. Esta era una boda pequeña… ¡Nah!… unos 1500 de nada…. Que como los novios pertenecen a castas diferentes, algunos familiares se habían disgustado y no se habían dignado a venir. Se supone que cuando todo se hace como Khrisna manda (que no Dios) aquí los bodorrios son de 6000 personas o más. Así te explicas que los padres, los responsables de pagar el ágape y la celebración, empiecen a ahorrar para la boda desde que los novios son bebés.
Bueno, que me voy por los cerros de Bangalore. A lo que iba. Como veníamos a cumplir a pies juntillas las tradiciones, cuando llegó nuestro turno, aparte del regalo, les entregamos un ramo de flores. Vale, vale… confieso. Para hacer honor a la verdad, tengo que reconocer que metimos la pata, porque solo les dimos las flores. La equivocación vino de una observación errónea. Como no todo el mundo puede (o quiere) regalar, los novios intentan ser muy discretos cuando reciben los regalos. Así que en cuanto se lo depositas en las manos, ellos lo sueltan, cual patata caliente y con habilidad de prestidigitador, a un familiar que se encuentra disimuladamente a su espalda. Inocentes e inexpertos nosotros, no nos percatamos del asunto y, como no veíamos a nadie entregando presentes, pensamos que se hacía en otro momento. Menos mal que siempre nos queda eso de dar pena por ser «guiris» en tierra extraña, y como se apiadaron de nosotros, nos dejaron volver a hacer el paripé. Y de paso nos hicimos foto doble.
El tema de los regalos también es aquí muy diferente, porque, realmente, no es obligatorio. Es decir, si no regalas, no te miran mal… pero de verdad… ya sabéis a lo que me refiero. Lo importante para ellos, y lo que le da honor a la familia, es que asistas al evento. Por eso, cuantos más, mejor. Los regalos no suelen ser muy diferentes a los que se hacen por costumbre en España, es decir, cosas para la casa o dinero, aunque también es habitual regalar joyas. Eso sí, si regalas dinero nunca pueden ser cifras redondas. Lo que regales siempre tiene que ser más una moneda de una rupia. Que quieres regalar 5000, debe ser 5000+1 moneda de una rupia. Cuando compras los sobres para meter el dinero ya te facilitan la tarea porque incluyen la moneda.
Tras la «Presentación» formal, pasamos al lugar de la cena, que se servía tipo buffet. Otra vez comimos más bien poco porque todo era súper picante. Y qué poco tienen en cuenta las necesidades de los profanos en temas picantes, porque las botellitas de agua que servían junto a la comida eran ridículamente pequeñas comparadas con el fuego atroz que invadía nuestras bocas. Así que todos íbamos practicando el “botellón”, es decir, que íbamos cargados de botellitas. Y no, no había ni vino, ni licores, ni cualquier otro tipo de alcohol. Aquí para encontrar un bar donde sirvan cervezas hay que hilar fino.
Y la comida, toda vegetariana, al igual que el 80% de los platos en los restaurantes. Porque entre los que son hindúes y los musulmanes, que no comen cerdo, los carnívoros son los de menos. Si te fijas bien, todos los menús, e incluso los embalajes de comida, tienen marcados los platos con un punto rojo, si contienen carne, y con uno verde, si son vegetarianos. Hasta los envases del KFC y demás cadenas de comida rápida los llevan, y, por supuesto, ofrecen opciones completamente vegetarianas. Nosotros, la verdad, es que con tanta variedad como había de platos con base vegetal, no hubiéramos echado de menos la carne si no hubiera sido por el picante.
Fue muy gracioso además la expectación que levantamos. Todo el mundo quería ver y hablar con los australianos que habíamos venido de ultramar para asistir a la boda de Bhavana. Mientras cenábamos e íbamos de aquí para allá, no paraba de acercarse gente pidiéndonos hacerse fotos o «selfies» con nosotros. Éramos el “souvenir” exótico sin duda alguna. Lo que son las cosas.
Además, hubo globoflexia para los peques y una chica haciendo tatuajes de henna. Quien me conoce sabe que yo no soy muy fan de los tatuajes, pero como la henna es temporal y los dibujos preciosos, no iba a dejar pasar la oportunidad. Contados de reloj, cinco minutos tardó la muchacha en dibujar arabescos en mi mano derecha. Eso es toda una habilidad y lo demás son tonterías. Mientras, Pablo y Ángel correteaban de acá para allá con otros niños, divirtiéndose y haciendo amigos utilizando nada más que el lenguaje universal del juego y la libertad de prejuicios de la infancia. ¡Bendita inocencia!
Miércoles
Al día siguiente, de buena mañana, se celebraba la ceremonia de unión en sí. Nos explicaron que para los novios, Bhavana y Anil, los rituales empezaban desde muy temprano. Y con temprano me refiero a las seis de la mañana, con lo que al menos, para prepararse, tuvieron que levantarse a las cuatro… Vamos, soy yo, y del susto del madrugón, no me caso. Además, debían mantenerse en ayunas desde después de la cena del día anterior hasta que terminase la ceremonia del día siguiente. El motivo del ayuno no es otro que llegar puros a su unión. De nuevo, si llego a ser yo, o no me caso, o el grado de impureza con que hubiera llegado al matrimonio hubiera sido supino.
Este día ya nos tocó vestir los trajes tradicionales. Sari para nosotras y Sherwani para ellos. Ni os cuento lo que pasamos para colocar el Sari. Necesité la ayuda de Jose Diego para sujetar, enrollar y drapear los largos metros de tela. No es nada fácil para alguien lego en la materia, pero una vez conseguimos colocar todo en su sitio, me sentía como la princesa Romi de “La Vuelta al Mundo en 80 días”. Y, claro está, Jose Diego sería Willy Fog. Y es que es así como nos llama mi amiga María, que dice que como sigamos viajando tanto nos vamos a mimetizar con los personajes.
Nostalgias de los 80 aparte, cuando llegamos al lugar de la celebración, comprobamos con sorpresa que, aunque el sitio era el mismo, habían cambiado la decoración. Los tonos rosas dieron paso a los anaranjados. Supongo que tuvieron que trabajar sin parar toda la noche para tener todo listo a tiempo.
Acompañado de una comitiva de familiares y músicos, a la hora señalada llegó el novio procedente de un templo cercano, donde el padre de la novia le hizo prometer que sentaría cabeza, que no se fijaría en más mujeres y le sería fiel a Bhavana. La novia, mientras tanto, terminaba de arreglarse en una sala contigua. Iba preciosa con un sari rosa y dorado, el pelo recogido en una larga trenza adornada con pasadores de flores naturales. Como durante la ceremonia la familia rodea a los novios, había dos pantallas donde se retransmitía en directo lo que iba ocurriendo dentro del círculo familiar, encima del escenario. A ver si os puedo describir bien cómo fue la ceremonia.
Primero de todo, el novio se colocó en el centro del escenario y desplegaron delante de él una sábana, tras lo cual salió a novia y se puso al otro lado. En cuanto cayó la sábana y se encontraron uno frente a otro los novios se arrojaron mutuamente a la cabeza arroz mezclado con flores (supongo que esta tradición de la sábana tiene su origen en los tiempos en que los matrimonios eran concertados y los novios no se conocían) Los monjes colocaron entonces la mano de la novia en la cabeza del novio y viceversa mientras recitaba cánticos sagrados. Tras esto, el novio puso alrededor del cuellos de la novia una gruesa guirnalda de flores y lo mismo hizo ella con él. Luego empezaron a intercambiárselas varias veces, dándole ella la suya a él y viceversa. Finalmente, el novio ató los cabos para cerrar su guirnalda para luego hacer lo propio con los de la novia. Tras este ritual el monje guió a los novios en varias oraciones y otros ritos que no alcanzaba muy bien a enteder del todo. Y entonces llegó el momento de “las arras”, cuya función en este caso desempeñaba el arroz, pero aportando el mismo significado que en las ceremonias católicas. No olvidemos que en India el arroz es fundamental, no sólo en la dieta de su población sino como generador de riqueza, ya que durante mucho tiempo fueron los primeros exportadores de este alimento y, actualmente, ocupan el segundo puesto tras China. Así que el arroz, tradicionalmente, simboliza la prosperidad. Anil y Bhavana no solo se pasaban de mano en mano, grandes puñados de arroz, sino que además lo vertían sobre la cabeza del otro, dejando que cayese sobre sus cuerpos, mientras la novia lloraba emocionada. Cuando terminaron, fue entonces cuando nos levantamos todos los invitados y arrojamos sobre los novios, en tres veces, un puñadito de arroz que nos habían repartido previamente. Y recalco lo de “en tres veces” porque por lo visto era importante hacerlo así, no de una vez ni en dos. Increíble que, a pesar de las diferencias culturales, rituales y de la distancia, haya bastantes puntos en común con las ceremonias occidentales, lo cual no deja de resultar bastante interesante.
Y llegó el momento de que los novios recibieran las bendiciones y buenos deseos de amigos y familiares. Sentaron a Bhavana y a Anil (que recordemos siguen en ayunas los pobres) en el centro del escenario, con una tina de estaño en medio. Sujetando ambos con las manos, un coco, justo sobre la tina. Pacientemente esperando nuestro turno, uno por uno los invitados fuimos subiendo al escenario, descalzos. Cuando nos tocó a nosotros, y tal como nos indicaron, depositamos una moneda sobre el coco. Luego, entre los cuatro, sostuvimos una pequeña cántara con la que vertimos leche sobre el coco y la moneda. Por último, echamos un puñadito de arroz sobre sus cabezas (en tres veces) a la vez que les deseábamos buena suerte, amor, prosperidad y que sus dioses les bendijeran. Si os digo la verdad, fue el momento más emocionante para nosotros, porque pudimos participar de manera directa en la ceremonia. Nos sentíamos como dentro de una película. Pero imaginaos a los pobres novios, sujetando el coco hasta que terminaron de bendecirlos todos los invitados (recuerdo que era una boda chiquita… 1500 invitados “de ná”). Como poco van a necesitar una sesión de rehabilitación post-boda para poder recuperar movilidad y sensaciones en los brazos.
Una vez les hubimos dado nuestra bendición, nos acompañaron a donde se servía el almuerzo. Esta vez estábamos sentados y la función de plato la cumplía una hoja de banano que te debías limpiar tu mismito con una botellita de agua. Si lo piensas bien, quedaba bastante pintón y resultaba la mar de ecológico. Los camareros iban pasando y echando sobre la hoja toda suerte de mejunjes picosos que, mientras a nosotros nos parecían de lo menos apetecible, los invitados comían con fruición, mientras nos lanzaban miradas de estupor, de soslayo, cuando constataban que comíamos más bien poco. Y, claro está, sin cubiertos. ¿No os he dicho que en India se come con las manos? Pablo y Ángel estaban encantados de por fin poder dar rienda suelta a sus instintos “infanto-animal” Años de lucha doméstica para que adquirieran un mínimo de modales en la mesa, borrados de un plumazo. Aunque hay que admitir que los indios tienen su técnica y, aunque coman con las manos, lo hacen de tal manera que resulta limpio y hasta decoroso. Los nuestro tenían granos de arroz blanco esparcidos por toda la cara, pegados en las manos y espachurrados por la ropa. Eso sí, disfrutaron como cosacos. Una vez terminabas de comer, doblabas la hoja de banano para que viniera a retirarla.
Mientras nosotros almorzábamos, los novios seguían con el coco entre las manos, venga a recibir bendiciones. Cuando acabaron y parecía que ya había terminado todo, se organizó de nuevo otra comitiva con los músicos, monjes y familiares, que acompañaron a los novios hacia el exterior para hacer todavía más rituales. Ahí me pude dar cuenta de que les habían hecho un nudo con sus vestimentas, con lo cual uno no se podía mover sin el otro. Toda una declaración de intenciones. ¿Una visión un poco clásica del matrimonio? ¿O quizás reflejo de esa dicotomía modernidad-tradición de la India?. Una vez fuera, el monje les iba haciendo partícipe de oraciones y nuevos rituales, como lanzar arroz y flores al aire. Y ya sí… después de esto ya estaban “religiosamente” unidos en bendecido matrimonio.
Antes de irnos, aún nos quedaba por vivir una singularidad más. Como regalo para los invitados, una bolsa conteniendo un foulard de seda (hasta ahí más o menos normal), una bolsita con arroz, otras dos bolsitas con cúrcuma roja y amarilla, un saquito de perfume de rosa, una hoja verde (esto me dejó de lo más descolocada) y ¡un coco!. Obviamente, debido a lo estricto de las aduanas australianas, sólo nos pudimos traer el foulard, pero tampoco hubiéramos sabido qué hacer con lo demás.
La verdad es que nos encantó poder ser partícipes de un momento tan especial. Nos trataron súper bien y estuvieron muy atentos en todo momento. Que hubiéramos recorrido tantos kilómetros para asistir a su boda representaba todo un honor para ellos. Pero los que más honrados nos sentimos fuimos nosotros.
Pero no os creáis que aquí acababa la cosa… Hasta cuatro días después de esta ceremonia el novio no puede cohabitar con la novia. Esa misma noche, la novia va a dormir a casa de los padres del novio (pero duermen separados, claro está) Al día siguiente, van a casa de la novia. Luego a casa del novio otra vez. Luego, de nuevo, a casa de la novia. Y, ya por fin, se pueden ir juntitos los dos sin que nadie les moleste. Durante estos días, además, se organizan comidas para las familias. Así que la boda viene a durar en total una semana completa.
Jueves
Y llegó nuestro último día en India. Jose Diego no pudo dejar pasar la oportunidad de ir a visitar el Research and Development Centre de Samsung, que justamente se encuentra en esta ciudad. Para los que no lo sepáis, Bangalore es así como el Silicon Valley de la India. Y ya que estábamos allí, por qué no dejarse caer. Así que mientras Jose Diego, Frank y Kevin hacían negocios, nosotros fuimos a visitar el Palacio de Bangalore, que era donde el Maharajá de Karnataka iba a veranear. Menos grande y espectacular que el de Mysore, el Palacio de Bangalore también tenía su encanto. Por fuera pudiera parecer cualquier castillo que te encontrarías en Gran Bretaña, supongo que fruto de la herencia inglesa de los años de colonización. Y, por dentro, de nuevo mezcla de todo tipo de estilos, con ricos adornos como lámparas de cristal de bohemia, taburetes hechos de pata de elefante (esto daba un poco de repelús, la verdad) e incluso un banco de azulejos sevillanos que hizo traer como regalo Alfonso XIII en agradecimiento a la acogida del Maharajá al rey tras su exilio.
Durante el trayecto hasta el Palacio de Bangalore también pudimos ver los edificios del gobierno y el congreso de Karnataka. Muy grandes, el blanco de sus fachadas relumbraba bajo el sol del mismo modo que brillaban sus cúpulas doradas. Espectaculares.
Y aquí acabó nuestro periplo por India. Ciertamente nunca pensé que algún día tendría ocasión de visitarla. Pero la vida me sigue sorprendiendo, poniendo todo tipo de oportunidades en mi camino. Y después de lo vivido, no puedo hacer otra cosa más que alegrarme por haber sido tan afortunada de tener la posibilidad de vivir esta experiencia. Nos quedamos con los colores vivos, la suavidad tornasolada de las sedas, la amabilidad de la gente, el encanto de descubrir otra manera de vivir y sentir. Y el agradecimiento a Bhavana y Anil por habernos invitado, será eterno. Son de de esas experiencias que no se pagan con dinero. Nunca la olvidaremos.